viernes, 11 de enero de 2013

Despertador



Es la peor sensación que he experimentado y la vivo día a día, cada mañana cuando suena el despertador. Peor todavía que tener diarrea en un viaje largo o ser violado por Mandingo.

Todo está en silencio, quieto, frio, muerto y dormido… aún la mota más pequeña y voladiza yace descansando en la alfombra barata. Parece que cada vez es más difícil y dolorosa, parece que hace más frío y más hambre, aquella experiencia de alargar el brazo y tocar el botón que lo enmudece. Luego vuelvo al calor de las sábanas, ellas sí entienden mi penar y mi cansancio, son suavecitas al tacto y muy calientitas. Pero al cabo de unos minutos sagrados vuelve ese maldito ruido, ese escándalo que lo perturba todo, que me desquicia, que me hace desear haber estudiado administración de empresas (o trabajo social (y en una escuela patito para rematar)); nada hay peor que querer exprimir hasta el último segundo a la mañana para descansar solo un poco más a sabiendas de que es un esfuerzo inútil pues ese placer es una nube diáfana que se esfuma cada 5 minutos con la repetición de la sentencia matinal.

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